El orgullo de los Vencedores, por Carlos Moreno Figueroa

Para nadie es un secreto que el cambio es la verdad dominante del mundo actual. Y tampoco ignoramos que el ritmo del cambio es cada vez más veloz. Hay dos fuerzas que determinan el panorama económico actual, y que están interrelacionadas: son la tecnología y la globalización.

El desarrollo tecnológico, sobre todo a partir la proliferación de Internet, ha modificado por completo la forma de proceder de las organizaciones de todos los niveles. Los avances tecnológicos modifican los patrones de pensamiento de las personas. Introducen un nuevo código, y así se genera un nuevo lenguaje. Fue también este desarrollo tecnológico, y las nuevas herramientas que introdujo, lo que permitió que el fenómeno de la globalización cobrara fuerza. La visión de “aldea global” de la que Marshall McLuhan hablaba en los años 60 es hoy una realidad palpable.

Hay otras fuerzas que impulsan cambios, y que contribuyen a esta reformulación de la economía. Los mercados monopólicos están desapareciendo por la creciente desregulación que permite la entrada a nuevos competidores, que antes estaba vedada. La privatización, que ha puesto en manos de empresas privadas servicios que solían prestar organismos gubernamentales, también ha generado grandes cambios en el panorama económico, abriéndolo aún más.

Esta apertura de los mercados en todos sus niveles ha provocado que hoy el panorama sea cada vez menos previsible, y por ende es crucial ser cada vez más adaptables. Las compañías ya no pueden confiar en las viejas prácticas de negocios, que hasta hace no mucho tiempo eran verdades incuestionables. Las medidas que nos llevaron a quince años de crecimientos desenfrenados, no sirven hoy en día. De hecho, esas acciones nos han llevado a una de las crisis más duras y prolongadas que se recuerdan. Esta crisis que nos ahoga como una nube tóxica, está en una parte del mundo; pero hay otros mercados, con otros hábitos y otras prácticas, que están viviendo años de esplendor y desarrollo.

Hace tiempo me contaron que durante una entrevista al capital de la selección americana de hockey sobre hielo, flamante campeona olímpica, le preguntaron cuál era el secreto de su éxito. Él respondió que muchos buenos jugadores se dirigen donde está el puck (disco negro); pero los jugadores extraordinarios patinan hacia donde el puck va a estar. El cambio y la construcción de nuestro futuro y el de nuestras empresas va a depender de esa visión, de intentar predecir dónde van los mercados y los consumidores. Tenemos que predecir nuevos mercados, nuevos productos y nuevos hábitos de consumo. Hace diez años no existía Facebook, Twitter, los smartphones ni las tablets y hoy parece que no podemos vivir sin ellos, lo que es una clara muestra de la velocidad transformadora que sacude nuestro mundo. Tenemos que analizar cuáles son las necesidades de nuestros consumidores para hallar el modo de hacerles la vida más fácil y placentera. Depende de nosotros, única y exclusivamente de nosotros, que seamos capaces de transformar nuestra realidad y hacer cosas transcendentes en nuestras empresas y en nuestra vida.

Se cuenta de Abraham Lincoln que a menudo se escabullía de la Casa Blanca las tardes de los miércoles para escuchar los sermones del Dr. Finnes Gurley en la Iglesia Presbiteriana de la Avenida de Nueva York. Después de un sermón, un ayudante le solicitó al presidente Lincoln su evaluación del sermón. El presidente respondió reflexivamente: “El contenido ha sido excelente; expuesto con elegancia; obviamente ha dedicado esfuerzo a su mensaje”. “Por consiguiente, ¿piensa que ha sido un sermón excelente?”, le cuestionó el ayudante. “No”, respondió Lincoln, “el Dr. Gurley ha olvidado el ingrediente más importante. Ha olvidado pedirnos que hagamos algo grande”.

Es nuestra obligación como gerentes liderar a nuestros equipos hacia donde prevemos que va el mercado. En los tiempos que corren, parece que lo único que un gerente puede prometer es la sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor que pregonaba Churchil; pero si este esfuerzo nos lleva a alcanzar grandes metas, la capacidad de superación del ser humano es casi infinita. Tratemos a los demás no como las personas que son sino como las personas que podrían llegar a ser y recibirán la inspiración para elevarse a la altura de las expectativas.

Decía Steve Jobs: “La gestión consiste en persuadir a la gente para que haga cosas que no quiere hacer, mientras que el liderazgo consiste en inspirar a la gente para que haga cosas que nunca pensó que podría hacer.”

Nuestras organizaciones necesitan poder sacar la cabeza de la dura realidad diaria para encaminarse juntos en la dirección marcada. Seamos como el extraordinario jugador de hockey y llevemos a los equipos hacia dónde veamos que va a estar nuestro mercado, que será donde nuestros consumidores necesitarán estar a medio plazo. Es nuestra obligación alzar la vista para marcar el camino; no podemos pensar sólo en el hoy o en el mañana. Debemos pensar a largo plazo, con generosidad, mente abierta y centrados en nuestros clientes finales. Arriesguemos, decidamos dónde debemos estar en el futuro y sentemos las bases para que eso se haga realidad. Y en lugar de dar instrucciones a nuestras organizaciones sobre cómo actuar, inspirémosles para que deseen actuar.

Quizá algún día se incluya en los manuales de management la arenga de Luis Aragonés a sus jugadores, previa al partido que enfrentó a España y Alemania hace cuatro años en la final de la Eurocopa. Ya casi nadie se acuerda de las dificultades y del tortuoso camino de clasificación para aquella fase final, donde España claramente no partía como favorita. Por ello el Sabio de Hortaleza no les habló de la repercusión económica que ambas victorias tendrían en sus cuentas corrientes, sino más bien de las amargas derrotas del pasado, del largo camino recorrido, de que todo un país estaría mirándoles, de lo que todos sentirían y del orgullo de los vencedores. Seguramente les haría visualizar en su mente el mágico momento de levantar la copa, el éxtasis del recibimiento triunfal y la apoteosis de pensar “yo estuve allí”. Luis Aragonés levantó la mirada, marcó el rumbo y construyó un equipo sobre ese ansiado objetivo. El final de aquella historia, y lo conseguido posteriormente en Johannesburgo y Kiev bajo la dirección de otro gran sabio como Vicente del Bosque, ya es conocido.

Antoine de Saint-Exupéry lo expresaba más poéticamente: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Inspira primero en los hombres y mujeres el anhelo por el azul y ancho mar”.

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