Me llamo Antonio García y soy socio de una central de compras
Me pueden llamar Antonio García. Por supuesto no son mi verdadero nombre y apellido. Puesto que he decidido sincerarme al máximo en este artículo, les confesaré que para rebautizarme he buscado en el INE cuales eran los nombres y apellidos más comunes en España.
Así que, para no ofender a nadie, haré mío aquello tan corriente en algunas películas de que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Desde hace más de 30 años dirijo una empresa, mi empresa. Me cuesta decirlo aunque debo confesarles que suena bien y me enorgullece, que yo sé lo que me ha costado. Pero sinceramente no me siento bien con este traje. Cuando la gente me pregunta qué hago en la vida, en fin, para ganármela, suelo responder que soy ferretero, panadero, instalador de aires acondicionados, fontanero, comerciante, farmacéutico, carnicero, … Permítanme que oculte también mi verdadera profesión. No me cuesta demasiado esfuerzo recordar en cuántas ocasiones me he presentado como empresario ya que no lo he hecho nunca. Aun así dirijo mi propia empresa y soy miembro del consejo de administración de mi central, con lo cual, como la nobleza de antaño, soy dos veces empresario. (Es curioso que haya mencionado a la nobleza de antaño comparándola con mi situación. Se me acaba de ocurrir y resulta muy ilustrador. Espero no olvidarlo y desarrollarlo más adelante).
Conozco los pesos de cada pan, las mejores harinas y las levaduras que debo emplear para cada uno de los productos que elaboro, los tacos más seguros para fijar estanterías en función del peso y el material de la pared, cómo aislar las canalizaciones exteriores para que no se hielen en invierno, las frigorías necesarias para que su casa no resulte un horno en los calurosos meses de verano y cómo calentarla en invierno de forma eficiente, o las zapatillas deportivas que mejor se adaptarán a su pie en función de su forma de caminar. Tengo la mejor carne y una amplísima selección de vinos y quesos, la última tecnología en televisores, el juguete a la moda, el perfume de Antonio Banderas y la camiseta de Messi. No solo le permito llenar su carro sin salir del barrio sino que, además, se lo llevo a casa y, a veces, hasta le acompaño unos metros cuando saca a pasear a ese perro que siempre me ladra a pesar de que suelo acariciarlo cuando lo veo. Seguro que sabe que no me gustan los chuchos.
Me apasiona mi trabajo y, ¡qué narices! soy bastante bueno haciéndolo. Últimamente la cosa se está poniendo muy dura, qué les voy a contar. Antes, cada miércoles comía con mis amigotes y ya saben que esas comidas se alargaban tanto que esa tarde me la dedicaba a mí y a mis amigos.
Sin embargo, ahora he tenido que despedir a dos empleados, suprimir las comidas de los miércoles, controlar hasta el menor gasto y dedicar más horas, si cabe, a mi empresa. Mis ventas caen, mis hijos crecen y desconozco si podré afrontar todos los pagos de este mes. Aquí me paro ya que a continuación debería hablarles de mi banquero y, así como he decidido ser sincero, también me he propuesto no ser vulgar.
Cada tres meses asisto a las reuniones del consejo de administración de mi central. Sinceramente, no me hace demasiada ilusión, pero acudo. Y no lo hago por mí. Lo hago por mis compañeros, porque confían en mí para que los represente, para que tome decisiones por ellos y para que vele por sus intereses así como ellos lo harían por los míos si estuviesen sentados en mi silla.
Allí los profesionales de la central nos hablan de balances, del equilibrio de la estructura financiera de la empresa, de la capacidad de generación de recursos, de los fondos propios, de la política de dividendos, de las reservas de capital, del nivel de endeudamiento o de la liquidez y nos mencionan a BAII, ROI y EBITDA con quienes debería estar tan familiarizado como con mi cuñado. El de marketing se apasiona hablando del ciclo de vida del producto, de la diferenciación, del reposicionamiento estratégico, de la elasticidad de la demanda, de la proyección de las ventas y de la segmentación. Insiste, también, en ampliar mi familia con los trends, pops y swots y, ahora que ya había aprendido lo que era el e-commerce él me habla del m-commerce. El de sistemas, que suele ser muy escueto en sus exposiciones empleando, por regla general, palabras con un máximo de tres letras, baja de las nubes (cloud para él) y nos suelta cosas como estrategias SEO y SEM, a la vez que loa las virtudes del CRM, la necesidad de contar con un potente ERP, la obligación de estar integrados o de elegir nuestra CGI; y cuando algún infeliz se atreve a preguntar por esto último, responde, con toda naturalidad, que se trata de la interface común de pasarela. ¿¿¿Qué??? De la interface de intercambio de datos estándar en WWW a través del cual se organiza el envío de recepción de datos entre visualizadores y programas residentes en servidores WWW, añade. Ah, vale.
Os evito el resto para no aburriros, pero os confieso que vuelvo a casa descorazonado. Además, he tenido que votar y, en el fondo, no sé sobre qué, ni las consecuencias que hubiese tenido y como me resulta tan complicado, he votado que no. Les digo que ahora no toca, que lo que buscamos los socios son dos puntos más de descuento y me quedo tan ancho. Que ya veremos todo eso que nos han dicho cuando pase está crisis y las cosas vuelvan a ser como antes.
Yo no sé de esas cosas y cuando estoy ahí solo deseo que me dejen en paz, que me dejen trabajar y que todavía debo preparar el pedido de Miguel, hacer el inventario de este mes, hablar con mi contable y cubrir la baja de Joaquín.
Tengo dos hijos. Uno, viendo mundo, me dice que colabora con organizaciones que se ocupan de gente que lo necesita más que yo, que me quiere mucho pero que allí es más útil que aquí. El segundo estudia ADE (las económicas de antes) y las noches que después de cenar se queda en casa, ya se pueden imaginar que son pocas, solemos hablar de la empresa. Le cuento que antes las cosas eran más sencillas, que se trabajaba muchísimo, que nadie regalaba nada y que lo que he conseguido ha sido gracias a mucho esfuerzo y sacrificio. Pero también le confieso que desarrollar una actividad no era tan difícil como ahora, que dos y dos eran cuatro y que si sustraía uno me quedaban solo tres y que solo mirando el almacén sabía enseguida qué me faltaba. No necesitaba ordenadores ni integraciones de esas, ni contarles a mis clientes lo que haré mañana o el mes que viene, no había facebooks, ni internets. Mi escaparate era yo y mi establecimiento no figuraba en ningún buscador, ¿para qué? Y mi banquero se llamaba Enrique, 18 años en la misma agencia, desayunábamos casi siempre juntos y -entre cortado y donut- le pedía lo que necesitaba y él me lo concedía sin llamar a Martínez, de riesgos, y con un solo apretón de manos se cerraba el acuerdo. Él confiaba en mí y yo en él.
Mi hijo, que a pesar de ser muy joven, algo alocado y no contar, todavía, con demasiada experiencia de esta vida, tiene mucha más formación que yo y, a veces, favorecido por la distancia y sin las implicaciones del día a día, suele ver las cosas de un modo distinto al mío y les confieso que, con frecuencia, su visión suele ser más clara y sencilla que la mía.
Pues bien, el otro día su reflexión me dejó en vela toda la noche. Fíjense que su conclusión no necesita de grandes estudios y que hasta yo, si no estuviera tan obcecado, a veces, por las cosas, habría llegado a la misma:
– Papá, si lo que realmente sabes hacer es ocuparte de tu negocio y de tus clientes ¿por qué no te centras en ello y dejas que del resto se ocupe la central?- Silencio y reflexión por mi parte……
– ¿Si no confías en la central, que estás haciendo allí? – Cara de perplejidad y cierta incomodidad.
Pero lo peor vino después cuando, a bocajarro –confieso que me pilló desprevenido (aunque su pregunta no podía tener respuesta) – me soltó:
– Y si confías en la central, ¿por qué no los dejas trabajar? ¿crees que sabes más que ellos? – Tocado y hundido…..
Podría acabar con un alegato a la confianza en los profesionales, al trabajo en equipo, a la colaboración en serio, a distribuir las funciones, a establecer los roles. Que cada uno haga lo que debe hacer y deje trabajar a los otros sin interferencias, intromisiones ni bastones en las ruedas, aportando, sumando, dando aliento, creyendo, deseando, con compromiso, disciplina y estrategia.
Cada día tengo más claro que la solución a muchos de los problemas de mi empresa pasan por ahí y, no os engañéis, son los mismos que los de las vuestras porque yo soy vosotros, padecemos de los mismos males, hemos vivido lo mismo y las soluciones serán idénticas, créanme. Y no hace falta que me pregunten dónde está todo eso. Ya lo saben. La solución está en nuestras centrales, en nuestra gente. Está en nosotros mismos.